viernes, 3 de mayo de 2013

LOS SALONES DE LA GOMA




Primera parte
I
El CITGR (Centro de Innovación Tecnología del Gobierno Revolucionario) se alza[1] hacia el cielo como un coloso cascaron plateado de 180 pisos y con 1988 departamentos de investigación. Para la época, en que fue construido, se buscó la vanguardia de los países de la Europa Oriental. El mismo Carl Dessimenokolv (cofundador junto con Desireo Blandsergerg de la Escuela Superior de Arquitectura de Smiglia) trabajo[2] en su diseño. 

Recuerdo bien la caravana de camiones transportando pesadas estructuras de acero y de vidrio que le dieron al CITGR la apariencia de no ser del Tercer Mundo sino del Primero. Por fuera tenía el aspecto de un huevo de avestruz plateado, que reflejaba los edificios adyacentes deformándolos como si hiciesen reverencia ante su imperio. Uno a uno empezó a llegar cada camión con su valiosa carga, y fueron tantos que se tuvo que desviar el tránsito de la Carretera de los pueblos para que ingresaran con libertad a la avenida 8 de Noviembre. Cuando se terminó de montar el armazón de acero y concreto: se le puso cada placa de vidrio sujetándolas con grapas de magnesio, cada placa tendría un mecanismo por el cual funcionaria a la vez como un panel solar que conectaría[3] con la red pública de electricidad. 

Se suponía que el CITGR debía ser culminado en la primavera de 1963, coincidiendo con el aniversario 10 de la Junta Militar. Pero las desavenencias de Dessimenokolv con los contralores enviados por la Junta Militar —debido a que éste despertaba la paranoica sospecha de ser un espía, pues su país había firmado un acuerdo en materia de defensa con un país enemigo— retrasaron la ejecución de la obra. Y se retrasó aun más cuando se marchó llevándose todos los planos. La Junta cayó en crisis inmediatamente. 

La Junta Militar había depuesto al Mariscal Flavio Francisco Villagrán do Santos la primavera de 1953, poco antes de la celebración de su tercer mandato y poco después de celebrarse unas elecciones amañadas por la prensa devota del Mariscal. En aquellos tumultuosos días aún no tenía la edad suficiente como para recordar los detalles de aquel 3 de Julio. A buena cuenta lo que relato son los recuerdos que mi padre y contemporáneos suyos guardaban en su colectivo. 

El Mariscal daba una[4] solemne conferencia de prensa en el Salón Dorado de Palacio de Gobierno. Entre los invitados se encontraba el mismo Carl Dessimenokolv quién días antes había sido presentado por el Mariscal en su círculo más cercano como un entrañable amigo suyo con el que había estrechado relaciones amicales por primera vez cuando él —todavía para aquel entonces sin el titulo de Mariscal—viajo en misión secreta a la Europa Oriental para la compra de material de guerra pesado[5]. El presidente daba un detallado recuento del quinquenio próximo. Su plan de gobierno fue bautizado como Jaguar por su Ministro de Guerra. «Es decisión del Estado Mayor asegurar el cumplimiento de las políticas de desarrollo en este quinquenio que se nos avecina, el futuro de la patria depende de ello. Juro ante el pueblo y pongo a Dios como testigo de mi lucha…» Cuando el presidente terminaba su alocución uno de sus allegados le entrego un sobre morado membretado con el escudo de armas de las tres fuerzas conjuntas. El presidente rasgo el sobre con angustia como si se tratase de un parto complicado. Leyó una y otra vez en silencio; luego fue más pausado. Miro a quien se lo había entregado con suma seriedad; lamento no vivir los tiempos bárbaros donde a los heraldos que traían infortunios se les arrojaba a un profundo foso. «No era para menos—decía mi padre— no solo se le pedía que abandonara el cargo ipso facto sino el país y junto a él a todo miembro de su familia. A cambio se le asignaba una renta vitalicia así como el uso sin restricciones —donde quisiese— del título de mariscal y se aseguraba su seguridad y la de los suyos». Los periodistas lo seguían expectantes, su esposa, Marina Rojas de Villagrán, también. El mariscal leyó por última vez seseando cada palabra como si se repitiera a sí mismo una frase estudiada para tales atingencias y a la que había desdeñado al abrigo de su memoria de largo plazo: «Me fui al carajo». Una pingüe gota de sudor le recorrió la frente hasta salarle el ojo izquierdo. Se alzo firme, recorrió todo el salón con un rápido vistazo: «Eso fue todos señores, la historia sabiamente juzgará». Diciendo esto cayó pesadamente víctima de una lipotimia en la silla que lo aguantaba por más de dos horas, totalmente apabullado, mientras que su escolta iba en su rescate, su esposa presurosa, desconociendo las razones del desvanecimiento de su marido y para salvar el decoro, fue a arreglarle las medallas ganadas en batalla y en salones que el mariscal portaba prendidas en su chaqueta de gris marengo.

II

El día que el presidente Salvatierra ordeno que se publicase en el diario oficial que se me honraría con el titulo de Mariscal; yo abría las ventanas de la habitación 311 en el tercer piso del Hotel Alvarado. Aún no me había arreglado, mucho menos peinado, pero que mejor peine que el viento. 

La vida en la plaza La Libertad se renovaba así misma cada media hora. Mis ojos se entretenían con el transito, el desorden acumulado de las calles y en el de las personas... a lo lejos y en lo alto de un edificio un gallinazo oteaba sus dominios, sentía como si me miraba, luego voló perdiéndose en las nubes. Encendí el primer cigarrillo de la mañana y di una bocanada lenta, adormilada, más como un bostezo. Hace dos días que arrastraba un déficit de sueño. 

Más tarde mi esposa leía cómodamente desnuda sobre la cama. Dibujaba una sonrisa imborrable y su pecho blanco, más blanco ahora, me recordaba que con ellos amanto a nuestras cuatro hijas. Cuando ni ella ni yo peinábamos canas; y, aun después que empezó a usar el tinte francés Poupée para retocar sus años bien llevados, deje de mirar su cuerpo con el mismo encandilamiento como si se tratase de la primera vez, pues el recuerdo que tenía de su cuerpo joven era un arte. Ciertamente me acompaño una mujer hecha de una sustancia muy especial. 

Los noticieros de la nación al unisonó lo proclamaban. « ¿Te das por enterado de lo que acabas de lograr? ». «Logramos», me apuraba en corregirla. En unos minutos la prensa se agolparía en el vestíbulo del hotel. Mande a uno de mis asistentes por el maletín que prepare semanas antes en el Ministerio. Mi esposa no tardaría en preguntar cuando vio que bajaba al vestíbulo con el maletín en la mano: «Mi amor, ¿qué llevas en ese maletín?». No pude contenerme y termine confesándolo todo: «Mi amor, en este maletín tan pequeño ahora ellos se enteraran que llevo dos gobiernos». 

Cuarenta años después, la distancia limita las fronteras de los recuerdos; sin embargo, para que están los libros de historia sino de subsidiar a ésta; algunas veces convertidas en nuestras muletas memoriosas. 

El presidente Salvatierra al poco tiempo de distinguirme en ceremonia pública convoco a elecciones, pues ya siendo septuagenario su mente divagaba. Una junta de médicos lo declaro interdicto. Gane las elecciones enfrentándome con cuatro contendores que no representaron riesgo alguno a mis aspiraciones ni aunque se hubiesen sumado sus votos en contra mía.

¿Siente que el país lo defraudo?

—Flavio Francisco Villagrán do Santos (El Mariscal pidió que no se le llamase así; luce el cabello encanecido como todo hombre que sobrepasa los 75 años. Lleva una pretina dorada con la hebilla enmarcada con sus iníciales de esta forma: FFVS. A pesar del prolongado exilio expone aún en su fisonomía los bríos de un militar que estaría dispuesto a llenarse la boca de pólvora antes de rendir cuentas al enemigo. Su esposa lo acompaña, se distrae de nosotros por un momento tan solo para verla retirar unas galletas rosadas de un pequeño bolso y que coloca, una a una, en sus labios como hostias).: El país no me defraudo, él no puede; pero si me defraudaron sus padres… Sus padres no me merecían, sus padres merecieron los gobernantes que tuvieron y tienen. Ahora me entero que sobreviven con los sueldos más bajos de la región, el sueldo será para ustedes siempre su cadena; al menos cadena nunca les falto. Tuvieron la libertad, pero la condujeron mal… 

III

Sin Carl Dessimenokolv la Junta Militar se vio obligada a llenar el vacío dejado por éste a través de la convocatoria de un concurso extraordinario presidido por la Escuela de Ingenieros. Tras seis meses de revisar expedientes de candidatos propuestos por las distintas escuelas así como propuestas independientes. La Escuela de Ingenieros fallo a favor del ingeniero y arquitecto Esteban Nicolás Delgadillo Marmolejo, quien en su tesis propuso no desviarse del diseño original del CITGR, sino, más bien, retrospectivamente de lo ya avanzado llegar al diseño matriz de Dessimenokolv, propuesta atinada para sentirse ganador. La Junta lo ratifico el 18 de junio; además le dio la jefatura de ingeniería de avanzada del CITGR cuando operase al cien por ciento.

El ingeniero Delgadillo procuro acelerar la tarea encomendada, empero su trabajo siembre se vio interrumpido por los cuestionamientos inquisitivos de los técnicos y observadores de la Junta. Más aun con el desplome de las columnas centrales del cuarto nivel del CITGR debido a errores detectados a tiempo por él en el diseño original de Dessimenokolv; sin embargo, a causa de la intransigencia de los observadores, renuentes a todo intento de modificación que planteara, fue obligado a continuar sin hacer los reajustes requeridos. 

«A mediados de febrero el verano lo es también —recordaría el ingeniero Delgadillo muchos años después en la entrevista que concedió al Reader΄s Digest para su edición quincenal—; si mal no recuerdo fue el verano del 53: la guerra de Korea entraba en su recta final lo que provoco un precipitado descenso de nuestras exportaciones de cobre y hierro lo que a su vez repercutió en la economía nacional. La Junta se vio obligada a abandonar los subsidios y sincerar con eso los precios y hacer recortes por aquí y por allí. Y los mayores recortes recayeron en las obras públicas (el Partenón de los héroes históricos, la Casa de la revolución, el museo militar, etc.) y como era de esperarse en el mismo CITGR también. Y como el gobierno había triplicado la burocracia, existía la necesidad de mayores espacios administrativos, por lo que se me insto a ceder espacios del CITGR, destinados originalmente a la investigación y desarrollo de plantas nativas, a la instalación de oficinas del Consejo del Agro dependiente del Ministerio de agricultura…» 



Segunda parte
I


EL MILENIUM, un diario extinto y que ahora, como muchos otros de la época, tan solo alimenta el cementerio de papel… 

El joven Flavio Francisco Delgadillo tuvo la sensación de tener la boca sucia por un momento; al inicio sintió un relevo de resistencia de abrir los ojos; pero tan pronto como los abría, estos se volvían a cerrar; y su sueño se reanudaba tan bien que no extrañaba los detalles que en él pudieran perderse. 

El trabajo me esperaba ansioso todas las mañanas sobre mi escritorio; algunas veces la redacción de mi columna en la Unión, otras tantas, transcribir de la grabadora las entrevistas realizadas como corresponsal del Reader΄s Digest para su edición quincenal. 

Esta mañana lo mantiene ocupado la redacción de un artículo por encargo de El Espectador. Al otro lado de la habitación el té hierve haciendo que silbe la tetera. Escucha el llamado agónico de Clotilde pidiéndole que regrese a la cama o sino que vaya a comprarle unos bollos de azúcar a la panadería de la calle San Marcos. Él dice que espere un poco, sigue presionando cada tecla del computador mientras escucha y corrige el dictado en su cabeza, ella lanza otro llamado, esta vez, le agrega más decibeles. Él obedece, hace a un lado los papeles amarillos y apaga el computador. Clotilde se resiste a desembarcarse de la cama, dice que hoy quiere tomar el desayuno allí. El joven Delgadillo le advierte que otra vez arruinará las sabanas manchándolas con té, ella lo mira: «Si quieres mátame después, pero hoy quiero el té en la cama y los bollos de azúcar, dame gusto, sabes que lo merezco». El joven Delgadillo asiente con la cabeza, no puede evitar sonreír; el ama cada detalle de su humanidad y ella lo sabe. Antes va por Persa, la gata blanca que le regalo en navidad, y la encuentra soñando con ratones en el cesto de la ropa sucia. Regresa al dormitorio con la gata y la suelta en los brazos níveos de su ama, nota que la boca de Clotilde apunta a la suya; le doy un beso. Al salir a la calle, desde el fondo de la habitación aun se logra escuchar el ronroneo de ambas. 

Recorre la calzada Emancipación, pero no puede evitar distraerse pensando en el trabajo que dejo pendiente y que tiene que entregar a las seis. «Hey hombre, tenga cuidado, que no ve que casi me roza un seno», le reprende una jovencita marchándose raudamente sin darle oportunidad de disculparse. Calles arriba la sensación de hambre aprieta con sus manos mi estomago. ¿Pero que puede preocuparme si tengo el dinero en los bolsillos como para comprar comida en exceso y saciarla? Camino como quien lleva en mente un plan siniestro y la personas, cuales perros que instintivamente presienten lo peor, se hacen a un lado dejándome el paso libre en la vereda. Mas es solo apariencia, no planeo nada; ¿debo dejar entonces que me guie el instinto, que me guie el hambre con su mano tísica a un buen lugar adonde…? 

Llega al cruce de unas avenidas anegadas por el colapso de un sumidero; no tuve más opción que tomar el camino más largo. Clotilde debe estar esperando enojada sus bollos de azúcar y Persa también por su tarro de leche. 

Cuando pierdo el dominio siento como cada parte de mi cuerpo me duele, reflexiona. Odia caminar largas distancias en las mañanas, quizá por eso haya ganado peso los últimos meses. Al llegar a la panadería la encuentra todavía cerrada, al frente un automóvil se acaba de estacionar, el conductor un hombre ya anciano deja la puerta abierta, se escucha que la radio del automóvil sintoniza Radio Panamá. El tiempo de espera no hace más que angustiarlo recordando el trabajo pendiente. Tiene que escribir un artículo sobre el CITGR, y aun no ha terminado de transcribir de la grabadora la entrevista que le tomo a su abuelo. 

Son las nueve y el CITGR va recibiendo a sus empleados, todos ellos lucen muy pálidos como si la harina les tiñera la piel. Miro hacia los últimos pisos y veo luces encendidas. Le pregunto al anciano por las luces encendidas. «No son más que las bombillas que encienden los trabajadores de la panadería». 

Toda investigación se derivo a la harina y la harina en panecillos dulces y salados. 


Fin

No hay comentarios:

Publicar un comentario