viernes, 3 de mayo de 2013

HABITACIÓN 126




Sebastián agoniza en cada habitación que ocupa. Los carteles de sus grupos de rock favoritos los colgaron hoy en el respaldo de su cama; advirtió como el tiempo amarilla y destiñe el diseño de las grandes letras TIPO CHILLER. Agoniza en esa amplia habitación, donde algunas veces se entretiene leyendo noticias inútiles en la internet: “Cuidado con las carteristas eslovenas en el metro de Madrid”, “Si sale a la estación de Izumi no olvide llevar paraguas”, “Se prevé tiempo lluvioso para la Península de Yucatán”. Otras veces se sienta a escribir sobre aquella mesita de mohena  alcanforada aquel sueño recurrente: “Tan solo en la madrugada leía un libro de aviadores, y que imprudencia la mía de no usar las gafas; pues uno de mis ojos se entrecerraba  con las ráfagas de aire al pilotear un biplano Stampe SV-4. Es una lástima que no me quede más que unas veinte páginas; es seguro, al menos, que me darán unas seis horas de vuelo”. Se detiene, acaba de mentir, no es cierto que se haya soñado volando. Se ha soñado sí, pero caminando por un sendero oscuro y sin arte; como si hubiera sido pintado por la misma mano ociosa que retrata sus pesadillas. “Mis pesadillas son máquinas voraces, que engullen uno a uno mis recuerdos más sublimes, metamorfoseándolos a través de un parásito que se aloja en mi cerebro, que se nutre y no aporta nada, pero complica”. Termina de escribir y su mano ociosa suelta el lápiz.
Juan Sebastián Bergantes, según su cédula de estudiante, acaba abotonándose los dos últimos botones rojos de una camisa especial —la usa cada vez que visita el Palmeras—. “El Palmeras espera por mí, Michelle no puede esperar”, se regaña así mismo frente al espejo del baño, mientras intenta con ambas manos hacerse el nudo Necktie Eldredge Knot con su corbata de rayas metálicas. Se impacienta, ve una y dos veces más el reloj silencioso de su muñeca. Es inútil, ya perdí tiempo; cambia de corbata y le hace un nudo americano simple. 
Sale de casa sin despedirse, como es su costumbre y, regresará en la noche sin avisar y sin ruido en sus zapatos. No es muy alto ni muy flaco; le da miedo casi todo y cree que pierde dinero con ello. En sus oídos hoy le susurrará Madeleine Peyroux; mi canción favorita es The Summer Wind.
A mediados de febrero, el verano lo es también; sin embargo, el cielo de Lima mantenía nubarrones que recordaban los cuadros de Botero; si, esas formas robustas imitaban muy bien los muslos y nalgas de mujeres obesas y gigantes: enormes si quieres.
En la puerta del Palmeras lo esperaba una larga columna de conciudadanos ansiosos: pasantes que ahorraron por meses, dos amigos a los que saluda sin ánimo, un profesor de derecho cibernético, un ex jefe traidor, un hombre parecido a su padre, su padre, un cómico, y dos políticos de seudo-izquierda. Los demás solo  lo ignoran  y él a ellos.
La entrada la custodian dos celadores de apariencia intimidante como mirmidones; el más grande le pidió el recibo: “¡Entra rápido!”, le gruñe. Recorrió todo el primer piso sin obedecer las voces; en el segundo, lo mismo: ella no estaba. En la barra pidió un chopp de cerveza verde, se la sirven fría y le ponen debajo un posavasos con el rostro de Michelle.
    ¿Qué haces allí? — le preguntó Michelle—. Ven; no quieres…
Juan Sebastián Bergantes se enamoró de ella, regresa cada mes. La besa con blanco deseo en la frente blanca, y agoniza con ella en su pequeña habitación de la puerta 126.

Fin

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